Un legado religioso de apreciable interés artístico entre las ruinas del Pueblo Viejo
La importancia económica y religiosa de Belchite en la Edad Media queda reflejada en las tres parroquias que albergaba. La Edad Moderna trajo consigo un nuevo renacer de la localidad zaragozana y, con ella, la creación de otros grandes monumentos religiosos. Entre ellos, los conventos de San Rafael y de San Agustín
Son muchos los que al pensar en el Pueblo Viejo de Belchite solo lo ven como el escenario de una cruenta batalla en agosto de 1937 en plena Guerra Civil Española. Sin embargo, no son tantos los que conocen la riqueza arquitectónica que atesoran las ruinas del municipio zaragozano, de especial interés artístico, pese a tratarse de edificaciones destrozadas en gran parte. Es el caso de los restos de lo que fueron los conventos de San Rafael y de San Agustín. Erigidos en plena Edad Moderna, ambas edificaciones fueron testigo del esplendor alcanzado por Belchite en aquellos años, que quedó plasmado en unas imponentes construcciones que, a día de hoy, siguen impresionando.
Pese a su estado, el convento de San Agustín todavía posee importantes muestras artísticas. A finales del siglo XVI, los agustinos se trasladaron a Belchite, donde se establecieron en el convento que les había legado la viuda del Duque de Híjar y Conde de Belchite. Junto al mismo, levantaron una gran iglesia con planta de cruz latina, que mezclaba estilo barroco y neoclásico en sus formas y con el ladrillo como material de construcción. En la actualidad todavía puede apreciarse la envergadura de la que hizo gala en el pasado. Especialmente, su torre campanario, que –de gran similitud con la de La Seo de Zaragoza- todavía conserva cierto sabor mudéjar, que demuestra lo arraigado que estaba este estilo en Aragón.
En el convento agustino, se impartieron estudios de Filosofía y Gramática hasta 1835, año en el que, con la desamortización de Mendizábal, quedó clausurado y los agustinos abandonaron el pueblo. La iglesia permaneció abierta y después de la Guerra Civil, a pesar de los daños sufridos, se convirtió en la única parroquia con culto hasta 1964, momento en el que la población se trasladó por completo al pueblo nuevo.
Una serie de columnas, capiteles, arcos y una fachada que, por increíble que parezca, se mantienen en pie permiten trasladar al visitante del Pueblo Viejo la monumentalidad que tuvo el convento de San Rafael. Fundado en 1781, estuvo habitado por monjas dominicas, que se encargaban de dar las primeras letras a las niñas del pueblo y también tenían un parvulario para ambos sexos. El convento sufrió importantes daños durante la guerra civil y fue sustituido por uno de nueva fundación en el pueblo nuevo, donde las hermanas continuaron con su labor.
El conjunto de la iglesia y el convento de San Rafael es un ejemplo de transición entre la tradición arquitectónica y la decoración barroca y los nuevos gustos neoclásicos del siglo XVIII. Solo queda en pie la nave central, pero en su día el conjunto ocupó toda la manzana. La silueta de la cúpula de su nave central formaba un conjunto inconfundible desde lejos junto con la iglesia de San Martín, algo que, aunque en menor medida, se mantiene a día de hoy.